jueves, 10 de mayo de 2007

CRÓNICA DE UN DESNUDO "CASI" INVOLUNTARIO

Desnudarme para Spencer Tunick no era precisamente el sueño de mi vida, ni siquiera encajaba como una leve posibilidad; es más, a lo mejor alguna vez llegué a pensar que era una cosa terrible cada vez que veía las fotos de las instalaciones humanas en otras partes del mundo. Me parece importante aclarar esto porque mi amiga momentánea, que conocí en la fila de la foto y nos convertimos en íntimas por unas horas (no me quedé ni con su correo electrónico), realmente sí lo había pensado alguna vez como una ilusión. Veía las fotos de Tunick y pensaba en que le encantaría formar parte de una de ellas. Por eso fue de las primeras en inscribirse. Yo fui de las primeras en enterarme de la sesión, pero me inscribí nada más para enterarme a tiempo dónde sería la instalación. Cuando mucho se me ocurría irme por ahí a cubrir ese día, vivir la experiencia desde fuera. Eso sí, me preocupé porque hubiera reporteros infiltrados, valientes reporteros, yo no. Pero cuando me llegaron las instrucciones de la fotografía no sé exactamente qué frase me convenció y yo a mi vez convencí a Francisco. Cuando le dije a mi jefa ya no había vuelta atrás, tenía un compromiso, aunque siempre cabía la posibilidad de contar la crónica desde el punto de vista del arrepentido.
Cuando iba para el Zócalo el domingo a las 4:30 de la madrugada comencé a sentirme más confiada. Con nosotros había en el tráfico miles de autos que se dirigían al mismo lugar y cuyos tripulantes miraban hacía todas partes con una sonrisa de complicidad: "Mira, de seguro ese también se va a encuerar, jiji". ¿Qué sería del mexicano sin el último minuto? Allá íbamos todos con nuestras inscripciones en blanco, llenándolas a mano entre semáforo y semáforo, señal de la decisión postergada... "igual y no me animo", "a la mera y no me levanto". Pero el sueño a esa hora se había quedado en otra parte de la ciudad. En el Zócalo lo que había eran gritos y ansias. La fila era enorme, pero nadie protestó. Las quejas vinieron después, cuando a las seis y pasaditas ya no pudieron entrar cientos de personas. Se enojaron al principio, pero no había mucho que hacer, en las instrucciones nos habían indicado que la puntualidad era básica porque el sol no se espera, y Tunick trabaja al ritmo del sol. El borlote de los quejosos nos llegaba apenas, en la cera alrededor del Zócalo estábamos sentados los elegidos, los valientes, los exhibicionistas, los animados... cada vez más ansiosos y platicando unos con otros, exaltando la solidaridad, acudiendo a la risa nerviosa... "nomás falta que nos digan que mejor mañana", "¿y tú por qué veniste?". Las razones eran diversas, pero a la vez una sola: la posibilidad de sentirse liberado, de enfrentarse a su propio cuerpo, de romper tabúes. A mi amiga Mónica hasta la acompañó su mamá y se quedó esperando afuera, pero a otra colega de desnudo momentánea su novio la había terminado nomás por irse a "encuerar" ante un chingo de gente que "te va a estar viendo las nalgas". La verdad es que al principio casi nadie veía las nalgas, el nervio era general, a pesar de que cuando Tunick dio la esperada orden de desnudarse todos aplaudimos y gritamos. A eso íbamos, faltaba más. Pero no por ver nalgas, aunque entre 18 mil personas de seguro había quien sí llevaba la intención de ver no sólo eso, sino penes y senos. El frio de la plancha del Zócalo y airecito de la madrugada le quitó atención a la pena y luego de unos cuantos chistes ya uno iba empezando a echar uno ojo por aquí y por allá, con el ánimo de descubrir el cuerpo del otro que es el mismo, de comprobar que la ropa es la madre de la mamonería. Ahí, en la plancha del Zócalo, todos desnudos y por una hora y media, todos seríamos iguales, literalmente, sin importar si había lonjas o no había nada de nada. Hubiéramos querido hacer una fiesta, pero estábamos ahí para posar y había que escuchar las órdenes que apenas y llegaban o de plano no llegaban, como la de saludar a la bandera, que la conocí hasta que ví las imágenes. Entre quedarnos quietecitos, acostarnos en el piso y ponernos en la posición más incómoda, aconchados con las rodillas en el piso y las nalgas sobre los talones, no faltaban las bromas y las consignas de "Norberto, el pueblo se te encuera" y las porras a los Pumas. Alguno que otro albur, muchas sonrisas y ganas de ir al baño, pero a ver quién se anima a pasar corriendo desnudo hasta un baño público. Luego vino la orden de caminar hacia 20 de Noviembre. Ahí fue cuando nos dimos cuenta que eso de que nomás estaríamos un ratito desnudo era puro cuento para quitarnos la preocupación, la verdad era que estaríamos expuestos por un buen rato, pero más allá de sentirnos vulnerables, éramos una gran masa poderosa, convertida en un río de pieles manipulado por Tunick, capaz de revolcar cualquier prejuicio. Por si no nos sentíamos lo suficientemente cerca, el fotógrafo, que ya para entonces dejaba sentir su desesperación por no dejarse vencer por el sol que subía implacable, nos hizo tomarnos los hombros unos a otros y así, además del visual, establecimos un contacto físico que, por lo menos a mí me quitó el frio. ... continuará

lunes, 7 de mayo de 2007