miércoles, 3 de octubre de 2007

¡¡¡¡UNA MAMÁ!!!!




¿Cómo superar el cliché de la emoción que produce saber que uno va a ser madre? ¿Cómo reconciliarse con ese manoseado concepto de la maternidad? Uno no quiere ser común, hay que entender que uno es especial, uno no es esa señora panzona que avanza con dificultad entre el tráfico, ni como esas parejas bobas que van viendo las tiendas de bebés, o como la señora que se sube en el metro con un tamal de cobijas y de repente le hace gestos al bultito, y el bultito responde con unos gorgoreos, y luego el metro empieza a oler mal y la señora se baja a duras penas, cargando la pañalera cursi llena de muñequitos, la bolsa y las compras. No, uno es uno y seguramente uno será otro tipo de madre. No cabe decir la emoción de saber que una vida crece dentro de tí porque esa emoción se traduce en nauseas, gordura, apetitos extraños y un sueño endemoniado; tampoco cabe decir que es la realización femenina porque es el fin de tus desvelos profesionales a costa de lo que sea, de tus planes de estudios en el extranjero, de tus viajes y tu vida independiente; cabe quizá decir lo que uno siente, por lo menos a los dos meses lo puedo asegurar, es que lo que le crece a uno es la esperanza, hay una especie de cosquilla del resurgimiento, como si fuera posible volver a empezar algo en la vida, ahora no seré sólo Karla, ahora seré Karla, la mamá de alguien, y no porque sólo me dedique a ser la mamá de alguien, sino por lo que implica añadirle a todo lo que uno es, además ser la mamá de alguien, por muy egoista que suene. Falta mucho por saber, mucho por sentir, pero lo importante es que la esperanza está creciendo en mi vientre.... Y no, no se llamará Esperanza.

viernes, 24 de agosto de 2007

AHORA YA PUBLICO DE NUEVO!

(ENFOQUE// REFORMA// 22 DE JULIO)
Un desastre anunciado
Karla Garduño Morán

El café del Gran Hotel de la Ciudad de México estaba a reventar. Además de ser las 19:00 horas de un viernes de verano en el Centro Histórico, mucha gente había corrido ahí, como a otros edificios de la zona, para refugiarse de la lluvia y de una inundación que rebasaba ya las banquetas.

Los meseros corrían de un lado a otro llevando tazas de té y café a los comensales nerviosos, que a través de las llamadas por celular se iban enterando del nivel de la inundación en otras partes de la ciudad.

"Mi hija está atorada en Río Churubusco. Dice que el agua está llegando como marejada", dijo un hombre.

"En Zaragoza ya no se puede pasar. Dice mi mujer que hay gente en los techos de los carros", mencionó alguien más.

La gente se había metido al lobby del Gran Hotel por estar más arriba del nivel de calle, pero el agua comenzaba a subir los primeros escalones del recibidor. Los empleados comentaban que nunca habían visto algo así en el centro.

Y es que desde 1951 las inundaciones que se presentaban en la zona no sobrepasaban los 10 centímetros. Una pareja de ancianos que esperaba una oportunidad para ser atendida en el café recordó aquellos dos meses de julio y agosto del 51. El agua había alcanzado más de medio metro y calles como 16 de Septiembre y Motolinía se cruzaban de un lado a otro en pequeñas balsas. "Aquello fue una tragedia tremenda", recordó la señora.

Éste parecía un aguacero como el de aquel 15 de julio de 1951. Durante una hora habían caído más de 50 milímetros cúbicos de agua pluvial, casi el triple del registro más alto de la temporada que era de 10 a 15 milímetros en dos horas. La inundación del 51 había sido uno de los motivos que desencadenaron la construcción del drenaje profundo en 1966.

El sistema de túneles de 110 kilómetros de longitud, concluido en 1975, había sido diseñado para trabajar la mitad del año en el desagüe de las aguas pluviales. Sin embargo, desde 1992 trabaja los 12 meses del año llevando lluvia y aguas negras.





El colapso del drenaje



La historia se repetía 56 años después: el Zócalo se había convertido en una laguna y alrededor de la enorme plancha de concreto el tráfico se había quedado detenido; a los autos varados apenas se les veían las llantas. La gente intentaba correr entre el agua anegada. Los policías, con impermeables amarillos y el agua hasta las rodillas, daban enérgicas indicaciones a los transeúntes y a los conductores que se resistían a dejar sus vehículos para ponerse a salvo. Era como si no hubiera drenaje.

Tal como lo habían advertido los estudios del Colegio de Ingenieros Civiles, del gobierno federal y de las propias autoridades capitalinas el Emisor Central -donde desembocan la mayoría de los túneles del drenaje profundo y la principal salida del agua del Valle de México hacia el Río Tula- había colapsado, luego de trabajar sin descanso ni el mantenimiento anual que hasta 1992 se le había hecho.

La advertencia de que el gran túnel de 50 kilómetros y 6.5 metros de diámetro estaba trabajando indebidamente, a veces con más carga de la que podía desahogar, había llegado a gran parte de la población con anterioridad, por lo que las autoridades no dudaron en confirmar la noticia.

Una revisión realizada a principios del 2006 había evidenciado que la rugosidad en las paredes del Emisor Central, que en algunas partes dejaba el acero expuesto, ya había reducido la capacidad de desalojo original de 180 metros cúbicos por segundo a 110. Ante la intensidad de la tormenta el túnel estaba tratando de sacar cerca de 200 metros cúbicos por segundo, lo cual ejercía un exceso de presión que terminó por abrir un grieta y provocar un derrumbe a la altura de la Lumbrera 4, en Tlalnepantla.

Las cinco plantas de bombeo que habían comenzado a construirse para entrar en funcionamiento en diciembre, con la intención de reforzar al Gran Canal del desagüe y poder cerrar así el Emisor Central para entrar a rehabilitarlo, no habían sido terminadas, por lo que el colapso había sido inevitable. El riesgo se tenía presente, incluso la Comisión Nacional del Agua había iniciado la construcción de una planta más, con mayor capacidad, para que en la confluencia del río de los Remedios y el canal La Compañía, fuera capaz de bombear el agua del emisor hacia un área inundable en el vaso de Texcoco, en caso de emergencia. Pero tampoco se había terminado.

A través de las cámaras de monitoreo colocadas en los 28 puntos críticos de encharcamiento que la Secretaría de Protección Civil del Distrito Federal determinó en mayo, al iniciar la temporada de lluvias, se habían detectado las zonas más graves de la inundación, que coincidían con las señaladas por los estudios realizados por el Colegio de Ingenieros.

Las delegaciones Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza, Iztacalco, Cuauhtémoc, parte de Iztapalapa y de la Benito Juárez en el Distrito Federal, y los municipios de Ecatepec, Texcoco y Nezahualcóyotl en el estado de México, eran los más afectados.

El daño alcanzaba directamente a cientos de colonias en donde habitan cerca de 4 millones de personas. Pero en toda la zona metropolitana, incluso en los lugares más altos como Milpa Alta, Tlalpan o Cuajimalpa, la gente intentaba localizar a sus parientes y amigos en medio del caos.

El tráfico varado, las líneas telefónicas bloqueadas y los apagones casi generalizados mantenían a la población inmovilizada.





Los ríos humanos



A pesar de estar varados, preocupados por sus familias, asustados y ansiosos de volver a sus ciudades de origen, los que se refugiaban en el Gran Hotel eran sólo espectadores instalados en un cómodo café a tres metros del suelo.

A nivel de calle la tormenta se sufría de otra forma. Armados de cubetas y escobas, algunos comerciantes establecidos no desistían en su intento por sacar el agua de sus locales y poner a salvo la mayor cantidad de mercancía posible. Algunos la subían a anaqueles y mostradores, pero muchos trataban de llevarse las cosas ante la amenaza de que el agua subiera más de tres metros en las inmediaciones del Zócalo, como lo había advertido la Conagua en los días anteriores.

Los más de 25 mil ambulantes que según la Canaco se instalan en el Perímetro A del Centro Histórico, y que normalmente comienzan a levantar sus puestos poco antes de las 19:00 horas, habían comenzado a recoger en cuanto el agua les cubrió los tobillos. A las 20:00 horas corrían con sus diablitos a las cocheras de resguardo; el agua ya les llegaba a la cintura y, en su carrera por encontrar un sitio donde guardar lo más valioso, chocaban entre ellos sorteando automóviles y microbuses varados. La avenida Circunvalación, que da salida natural a las inmediaciones de la Merced, Lagunilla y Tepito, era un torrente capaz de arrastrar al menos avispado y nadie se animaba a cruzarla nadando.

Las más de 6 mil bodegas y locales de la Merced estaban inundados. El agua había alcanzado más de un metro y las ratas comenzaban a salir a flote buscando tierra firme.

En las calles del Centro Histórico, la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal improvisaba un operativo de evacuación.

"¡Quítense del arroyo de la calle!", gritaban los policías inútilmente, "váyanse a un lugar alto".

La gente que intentaba salir de los estacionamientos aledaños se subía a los techos de sus autos y los comerciantes y habitantes de la zona corrían hacia las azoteas de viejas vecindades y edificios visiblemente dañados por el tiempo y el abandono.





Pasajeros varados



Mientras esto ocurría en el primer cuadro, en la confluencia del Bulevar Puerto Aéreo y avenida Hangares ya no se veía el techo de los automóviles que se habían quedado varados.

Ahí, en las inmediaciones del aeropuerto, había comenzado todo. Por ser una de las zonas más bajas de la ciudad (a 2 mil 226 metros de altura, contra 2 mil 240 del Zócalo) las aguas negras encontraron salida más rápido por las alcantarillas. La precipitación se había sumado al exceso de desechos que taponeaban las tuberías del drenaje.

Era la reacción prevista. Si el Emisor Central se había bloqueado, el agua de lluvia mezclada con las aguas negras estaría saturando los interceptores que desembocan en él y los colectores del drenaje superficial.

Los vecinos de colonias como Moctezuma, Santa Cruz Aviación y Aviación Civil, que ya antes habían reportado la falta de mantenimiento en el drenaje y los malos olores que tenían que aguantar cuando llovía, habían desistido de sacar el agua de sus hogares y se refugiaban en las azoteas, con el rostro cubierto con pañuelos o camisas para mitigar la pestilencia.

Ante la inundación en las pistas de la terminal aérea se habían cancelado los vuelos, afectando a los más de 60 mil usuarios que diariamente transitan por el principal aeropuerto del país. Los vuelos por aterrizar habían sido desviados a otras bases; en el mejor de los casos Toluca, pero incluso a Puebla o hasta Guadalajara.

También la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente (TAPO) había suspendido el servicio. Los más de 45 mil pasajeros que normalmente pasan por ahí se habían quedado detenidos, por lo que las afectaciones estaban llegando a otros lugares fuera de la zona metropolitana.





La ciudad inmóvil



"Cerraron el Metro".

La noticia se había dispersado desde las puertas cerradas de las estaciones subterráneas, de donde la gente había ido saliendo en busca de otra forma de llegar a casa. El agua se había ido filtrando y antes de que llegara a las vías las autoridades habían decidido desalojar los vagones y suspender el servicio de un sistema con 4.2 millones de usuarios diarios.

En las zonas donde no llovía la gente salía desconcertada, y en donde azotaba todavía la tormenta los pasajeros evacuados narraban asustados que abajo se formaban verdaderas albercas. Nadie podía ir a ningún lado.

Afuera del Metro Lagunilla una señora lloraba por la angustia de que sus hijos estaban solos en su casa de la colonia Nueva Tenochtitlan, en la delegación Gustavo A. Madero, y sin Metro no había manera de llegar hasta allá porque el servicio de microbuses y camiones estaba saturado en aquellas arterias por donde todavía podían circular.

Tampoco podía comunicarse con sus vecinos para decirles que auxiliaran a sus hijos debido a las fallas en las líneas telefónicas provocadas por el agua y la saturación de las mismas, y aunque no estaba segura de que en el norte estuviera lloviendo sabía que al ser vecina del Gran Canal del desagüe era muy posible que se estuviera saliendo el agua, aunque en aquella área el túnel estuviera entubado.

Y sí, en la Gustavo A. Madero la situación empeoraba. Las medidas usuales de los vecinos para combatir las inundaciones, como la improvisación de bardas y diques hechos con costales de arena, no eran suficientes. No sólo les caía lluvia, también las coladeras escupían aguas negras.





Lluvia y desechos



En la mayoría de la zona urbana podía percibirse el olor a caño. El drenaje parecía no estar dispuesto a llevarse una gota más de agua.

El Gran Canal, que había perdido su pendiente natural hacía el río Tula a causa del hundimiento ocasionado por la sobreexplotación de los mantos acuíferos, era la principal vía de desagüe disponible además del Emisor Poniente del drenaje profundo. Pero entre ambos podían desahogar apenas 40 metros cúbicos de agua por segundo, cantidad equivalente a los desechos generados diariamente por los habitantes del Valle de México, a la que en ese momento había que sumarle el agua de lluvia.

Las familias que vivían en colonias de Ecatepec como San José Xalostoc y Villa de Guadalupe, donde el Gran Canal corre a cielo abierto, habían visto cómo éste sobrepasaba los tres metros de su vaso y se desbordaba, arrasando a su paso con las casas de lámina y cartón ubicadas en el borde. A pesar de estar acostumbrados al tufo del drenaje, incrementado por los desechos de la zona industrial aledaña, éste les resultaba ya insoportable.

Sin embargo, lo importante en el momento era ponerse a salvo.

Luego de intentar salvar algo de la mercancía de su tienda de abarrotes justo enfrente del Canal, una joven desamarró a su perro que ladraba ansioso en la cochera, cerró las puertas del lugar y corrió hacia la planta alta de su casa. No sabía calcular cuánto podría perder, ni si los distribuidores le repondrían el producto; para ella era una pérdida total.

Perros y ratas muertas, botes de basura, llantas y hasta algunos muebles livianos flotaban en el torrente del Río de los Remedios recién desazolvado.

Las corrientes de las calles viajaban arrastrando cualquier cantidad de basura atascada en las coladeras y en los tiraderos.

Las vialidades por donde otrora circularon ríos, se convirtieron en el cauce natural del agua pluvial mezclada con los desechos que brotaban de las coladeras.

El Viaducto Miguel Alemán, Río Consulado y Río Churubusco estaban convertidos en caudales de agua y autos varados. La gente buscaba refugio en los techos de sus autos, pero en los pasos a desnivel la lluvia ya había cubierto los coches por completo y los automovilistas los habían abandonado para ser rescatados. La Unidad Tormenta del GDF, preparada con semanas de anticipación, trabajaba en ello.

La Calzada Ignacio Zaragoza estaba bloqueada a la altura de Ciudad Neza y Santa Martha Acatitla. La afectación podría durar días, como en mayo del 2000, cuando la salida a Puebla quedó cerrada durante tres días por el desbordamiento del canal La Compañía. Aquella vez los daños a casi mil viviendas y más de 50 mil habitantes de los municipios de Chalco, Valle de Chalco e Ixtapaluca, habían ascendido a más de 3 mil millones de pesos. Las consecuencias de la tragedia que se vivía eran todavía incalculables.





La ayuda



Cuando dejó de llover, alrededor de las 21:00 horas, un área de más de 200 kilómetros cuadrados -equivalente a la superficie del puerto de Veracruz- estaba cubierta de agua.

En las zonas más bajas y las confluencias de avenidas como Oceanía y Río Consulado o el Viaducto y Calzada de Tlalpan, el agua había alcanzado hasta tres metros y aunque ya no había precipitación, el desagüe seguía desbordándose.

En algunas partes de la ciudad había llovido cerca de dos horas; en otras no había caído ni una gota, pero la afectación era general.

En el Gran Hotel la gente había abandonado el café y se había subido a los pasillos que conducen a las habitaciones, pues el agua había llegado hasta el lobby -ubicado a más de tres metros arriba del nivel de la calle-. La angustia rondaba a los turistas que temían por su seguridad y a los que se habían refugiado allí, pues no podían comunicarse con sus familias y sabían que no podrían moverse en unas horas.

La ayuda oficial e improvisada se había comenzado a desplegar cuando todavía llovía. Los gobiernos federal, del Distrito Federal y del estado de México se coordinaban con todos sus recursos para la emergencia.

Plantas portátiles generadoras de electricidad, bombas sumergibles capaces de desalojar 140 litros de agua por segundo, equipos de desazolve, lanchas para el rescate, bomberos, policías y personal capacitado ex profeso para esta previsible catástrofe, laboraban a marchas forzadas en las zonas afectadas.

El gobierno federal puso en marcha del Plan DN-III-E, por lo que el Ejército se disponía a auxiliar a la población con acciones de rescate, medidas de salubridad, abasto de comida, medicamentos y agua purificada.

El Metro seguía cerrado y las redes telefónicas saturadas. Las autoridades urgían a desalojar las zonas más anegadas para que la gente pudiera ser trasladada a los albergues, donde también se les aplicarían vacunas para evitar epidemias.

Para la evacuación de las colonias más afectadas se dispusieron lanchas y helicópteros; pero resultaban insuficientes ante la cantidad de gente varada. En las unidades habitacionales de la zona centro y nororiente los vecinos de los pisos altos se sentían a salvo, pero los vapores que subían de las alcantarillas amenazaban con intoxicarlos y el ambiente comenzaba a contaminarse.

Antes de la media noche ya se hablaba de víctimas mortales. Casas construidas en barrancas fueron devastadas. Algunas personas habían sido arrastradas por las corrientes en las avenidas y otros se quedaron atrapados dentro de sus automóviles, según algunos testigos. Pero todavía era imposible calcular cuántas víctimas había cobrado la tragedia.

En algunas colonias la gente organizaba cuadrillas de rescate. Hubo quienes sacaron lanchas y, armados con sogas y linternas, se lanzaron auxiliar a las calles cercanas.

Las azoteas de algunos edificios se improvisaron como helipuertos, para poder evacuar a la población y llevarla a los albergues.

El GDF tenía preparados 96 refugios temporales para cualquier emergencia, pero no todos se pudieron habilitar, pues los ubicados en Gustavo A. Madero, Iztacalco, Venustiano Carranza e Iztapalapa también estaban inundados. Esto obligó a improvisar albergues en las delegaciones menos afectadas.

Durante toda la noche la ciudad estuvo despierta. La población se mantenía alerta de las novedades, y los medios de comunicación transmitían mensajes de quienes intentaban comunicarse con sus familiares y listas de gente extraviada.

Las autoridades de salud alertaban sobre no utilizar el agua corriente ante el riesgo de que estuviera contaminada. Sólo debía beberse agua hervida o purificada.

En la madrugada comenzó a llegar más ayuda. Agua embotellada y comida enlatada, así como cobijas y vacunas aterrizaban en helicópteros de diversos estados. En el aeropuerto se trabajaba a marchas forzadas para rescatar por lo menos una pista y que los pasajeros detenidos, más de tres mil a esa hora, pudieran salir de la ciudad. La terminal estaba a reventar; la gente se había acomodado a dormir en las plantas altas.

Los directivos del Aeropuerto Benito Juárez proyectaban que al final del día habrían logrado sacar a la totalidad de la gente, pero una vez vacío volvería a cerrarse. Había demasiados daños en las pistas y en la planta baja de la terminal.

En las zonas donde los ríos corrían a cielo abierto -especialmente cerca del Gran Canal y el Río de los Remedios- se comenzaron a detectar brotes de diarrea y alergias en la piel.

Unas 12 horas después del colapso del Emisor Central, las autoridades anunciaban que podrían desalojar el agua anegada en una semana, pero el Servicio Meteorológico pronosticaba más lluvia.

No sólo la capital, sino todo el país, se preparaba para enfrentar un problema de mayores magnitudes.

Ante el daño en edificios oficiales del Centro Histórico, como el Palacio Nacional, que alberga a la Secretaría de Hacienda; la Suprema Corte, la Catedral, el viejo Palacio del Ayuntamiento -sede del GDF-, la Cámara de Diputados y el Senado de la República, la burocracia nacional podía verse afectada.

La gran inundación finalmente había sucedido y los compromisos de inversión para construir plantas de bombeo y un gran túnel de 50 kilómetros paralelo al Emisor Central, habían llegado demasiado tarde para la población afectada.





FUENTES CONSULTADAS:



Jorge Legorreta, coordinador del Centro de Información del Agua de la UAM; José Luis Luege Tamargo, director de Conagua; Elías Miguel Moreno, secretario de Protección Civil del DF; Mario Luis Salazar Zúñiga, presidente del Colegio de Ingenieros Civiles de México; Ramón Aguirre Díaz, director general del Sistema de Aguas del DF; Horacio Riojas Rodríguez, director de Salud Ambiental del Centro de Investigaciones en Salud Poblacional del Instituto Nacional de Salud Pública, y Joel Audefroy, investigador del IPN y miembro de la Coalición Internacional del Hábitat México.

miércoles, 27 de junio de 2007

DE LA TRISTEZA

Lo malo de tomar una decisión es que al mismo tiempo se están cerrando otras puertas. Por cada puerta que uno abre se cierran demasiadas. Es inevitable. Lo malo es volver la vista atrás y verlas ahí, aguardando una segunda oportunidad, o poniéndose los candados porque es imposible volver por ese camino. Y volver la vista atrás, ya lo comprobó la mujer de Lot, está vedado, pero es inevitable, y entonces uno en lugar de convertirse en estatua de sal uno puede llenarse de una profunda tristeza por ver tantas puertas cerradas, tantos caminos que fueron y ya no serán. Lo importante, dirán los claros de mente, los elocuentes felizólogos y afortundados hombres de misión, es saber lo que uno quiere, para no perder el objetivo; pero porqué ha de querer uno una sola cosa, porqué es preciso decidir en un momento dado que tal o cual cosa nos hará feliz. Hace unos años creía que el periodismo era lo mío, que definitivamente había encontrado un camino; ahora creo que tal vez lo mío era ser astronauta, como igualmente podía serlo convertirme en chef o pasar por el mundo sumida en una rutina tranquilizadora de trabajo de oficina y una vida sin sobresaltos. Ante tantas opciones no hay decisión equivocada, así que uno podría pasarse la vida decidiendo al azar, dejándole las decisiones al meteorológico, a la gravedad que atrae la cara de una moneda o a si el carro que pasa es azul o rojo. Si es azul me caso, si es rojo me meto de monja. Pero al final de cuentas también es cansado lo de dar tumbos, crecimos creyendo que hay un lugar a donde llegar y damos lo que sea por encontrarlo, sacrificamos nuestra propia tranquilidad por llegar a un sitio que en realidad nadie nos ha dicho cómo es, pero no podemos dejar de ir hacia allá. Lo malo es cuando allá se vuelve acá, o acá, o quizá de este otro lado... por qué tendría que ser allá?, quién dice que no es mejor el poniente? Cuántas veces podremos volver a empezar?

miércoles, 30 de mayo de 2007

COSAS QUE SE FUERON

Esta lista va dedicada a la mamá de los pollitos, porque me hizo evocarla con su blog. También tiene un poco de referencia a mi lectura del mes, o del año: Baricco, otra vez Baricco (Esta historia).



- El pan con frijoles antes de la una y media.

- Las rodillas percudidas.

- Fórmula Melódica.

- El chiflido de la cafetera.

- Un estudio improvisado en una regadera.

- Una tarde completa leyendo en el sillón de la sala.

- Las golondrinas en la mañana.

- Un casete grabado con música del radio.

- Caminar con Yamil hasta el centro por horas.

- El café entre las clases.

- El papel lustre.

- Los cuadernos sin hojas limpias.

- Las idas al café Azteca

- .....

miércoles, 23 de mayo de 2007

NUNCA LO LOGRAREMOS

La espera es la madre de este blog. La extensión de cada entrada es el tiempo que paso esperando a que mi jefa se desocupe.... veamos cuánto dura esta espera. Cada vez que cerramos la edición del día, a las siete y media o casi las ocho, depende de qué tantas vueltas le dieron las diseñadoras al esquema o qué tantas vueltas le dimos los esitores a las notas, me pregunto si acaso este será el día en que inmediatamente después nos pongamos a revisar la agenda y podamos estar fuera antes de las nueve de la noche (¡¡¡cuántas cosas haría si saliera antes de las nueve de la noche!!!), pero nuevamente ese no es el día, nuevamente hay otras cosas que hacer, asuntos pendientes y, sobre todo, mucha plática, mucho debraye (término chilango que entró a mi vocabulario en cuanto lo escuché porque me pareció tan bizarro como lo mismo que nombra), como si uno no prefiriera irse a debrayar a su casa, con su gente, uno que tiene gente, pues. Entonces viene la espera. Un rato se me va en revisar correos, en ver si faltó algo por agendar, en quitar eventos de la agenda que ya sé que no se van a cubrir, pero siempre me sobra un poco de tiempo, o un mucho, ni siquiera estoy segura de terminar algo porque en cualquier momento puede venir ella a decir que ahora sí vamos a revisar la agenda, y claro, uno se entusiasma y cree que media hora más, pero no, nada es garantía... es probable que algo se le atraviese en el camino y entonces uno venga de vuelta a su lugar a esperar, o peor aún, que uno se quede ahí esperando a que haga lo que tiene que hacer y que es im-pos-ter-ga-ble, y entonces no queda más que hacer unos rayones en la hoja, leer la agenda sin leerla, darle la vuelta a lo mismo, ver los zapatos de la gente que pasa, pensar en qué vamos a cenar, en si vamos a cenar, en si ya será otro día o seguimos en la misma hora, hasta mirar el reloj y darte cuenta que sí, que pasado media hora, pero no vamos ni en el segundo evento de la agenda. Ahora son las nueve de la noche con seis minutos y no hay para cuándo. Una hora hablando sobre un tema que al final es mío, es de la página de Ciencia y yo no tengo ni idea... ya me dijeron más cosas, será hasta el viernes que la revise, estoy de malas y ahora sí tendré que pararme y exigir mis derechos.

jueves, 10 de mayo de 2007

CRÓNICA DE UN DESNUDO "CASI" INVOLUNTARIO

Desnudarme para Spencer Tunick no era precisamente el sueño de mi vida, ni siquiera encajaba como una leve posibilidad; es más, a lo mejor alguna vez llegué a pensar que era una cosa terrible cada vez que veía las fotos de las instalaciones humanas en otras partes del mundo. Me parece importante aclarar esto porque mi amiga momentánea, que conocí en la fila de la foto y nos convertimos en íntimas por unas horas (no me quedé ni con su correo electrónico), realmente sí lo había pensado alguna vez como una ilusión. Veía las fotos de Tunick y pensaba en que le encantaría formar parte de una de ellas. Por eso fue de las primeras en inscribirse. Yo fui de las primeras en enterarme de la sesión, pero me inscribí nada más para enterarme a tiempo dónde sería la instalación. Cuando mucho se me ocurría irme por ahí a cubrir ese día, vivir la experiencia desde fuera. Eso sí, me preocupé porque hubiera reporteros infiltrados, valientes reporteros, yo no. Pero cuando me llegaron las instrucciones de la fotografía no sé exactamente qué frase me convenció y yo a mi vez convencí a Francisco. Cuando le dije a mi jefa ya no había vuelta atrás, tenía un compromiso, aunque siempre cabía la posibilidad de contar la crónica desde el punto de vista del arrepentido.
Cuando iba para el Zócalo el domingo a las 4:30 de la madrugada comencé a sentirme más confiada. Con nosotros había en el tráfico miles de autos que se dirigían al mismo lugar y cuyos tripulantes miraban hacía todas partes con una sonrisa de complicidad: "Mira, de seguro ese también se va a encuerar, jiji". ¿Qué sería del mexicano sin el último minuto? Allá íbamos todos con nuestras inscripciones en blanco, llenándolas a mano entre semáforo y semáforo, señal de la decisión postergada... "igual y no me animo", "a la mera y no me levanto". Pero el sueño a esa hora se había quedado en otra parte de la ciudad. En el Zócalo lo que había eran gritos y ansias. La fila era enorme, pero nadie protestó. Las quejas vinieron después, cuando a las seis y pasaditas ya no pudieron entrar cientos de personas. Se enojaron al principio, pero no había mucho que hacer, en las instrucciones nos habían indicado que la puntualidad era básica porque el sol no se espera, y Tunick trabaja al ritmo del sol. El borlote de los quejosos nos llegaba apenas, en la cera alrededor del Zócalo estábamos sentados los elegidos, los valientes, los exhibicionistas, los animados... cada vez más ansiosos y platicando unos con otros, exaltando la solidaridad, acudiendo a la risa nerviosa... "nomás falta que nos digan que mejor mañana", "¿y tú por qué veniste?". Las razones eran diversas, pero a la vez una sola: la posibilidad de sentirse liberado, de enfrentarse a su propio cuerpo, de romper tabúes. A mi amiga Mónica hasta la acompañó su mamá y se quedó esperando afuera, pero a otra colega de desnudo momentánea su novio la había terminado nomás por irse a "encuerar" ante un chingo de gente que "te va a estar viendo las nalgas". La verdad es que al principio casi nadie veía las nalgas, el nervio era general, a pesar de que cuando Tunick dio la esperada orden de desnudarse todos aplaudimos y gritamos. A eso íbamos, faltaba más. Pero no por ver nalgas, aunque entre 18 mil personas de seguro había quien sí llevaba la intención de ver no sólo eso, sino penes y senos. El frio de la plancha del Zócalo y airecito de la madrugada le quitó atención a la pena y luego de unos cuantos chistes ya uno iba empezando a echar uno ojo por aquí y por allá, con el ánimo de descubrir el cuerpo del otro que es el mismo, de comprobar que la ropa es la madre de la mamonería. Ahí, en la plancha del Zócalo, todos desnudos y por una hora y media, todos seríamos iguales, literalmente, sin importar si había lonjas o no había nada de nada. Hubiéramos querido hacer una fiesta, pero estábamos ahí para posar y había que escuchar las órdenes que apenas y llegaban o de plano no llegaban, como la de saludar a la bandera, que la conocí hasta que ví las imágenes. Entre quedarnos quietecitos, acostarnos en el piso y ponernos en la posición más incómoda, aconchados con las rodillas en el piso y las nalgas sobre los talones, no faltaban las bromas y las consignas de "Norberto, el pueblo se te encuera" y las porras a los Pumas. Alguno que otro albur, muchas sonrisas y ganas de ir al baño, pero a ver quién se anima a pasar corriendo desnudo hasta un baño público. Luego vino la orden de caminar hacia 20 de Noviembre. Ahí fue cuando nos dimos cuenta que eso de que nomás estaríamos un ratito desnudo era puro cuento para quitarnos la preocupación, la verdad era que estaríamos expuestos por un buen rato, pero más allá de sentirnos vulnerables, éramos una gran masa poderosa, convertida en un río de pieles manipulado por Tunick, capaz de revolcar cualquier prejuicio. Por si no nos sentíamos lo suficientemente cerca, el fotógrafo, que ya para entonces dejaba sentir su desesperación por no dejarse vencer por el sol que subía implacable, nos hizo tomarnos los hombros unos a otros y así, además del visual, establecimos un contacto físico que, por lo menos a mí me quitó el frio. ... continuará

lunes, 7 de mayo de 2007

jueves, 3 de mayo de 2007

LOS PERIODISTAS NO HACEN FIESTA

Por lo menos hoy, porque de que hacen fiesta la hacen, pero hoy todo ha sido recordar que en México los periodistas están en peligro. No te puedes meter con el narco o te atienes a las consecuencias, y tampoco con los galanes de televisión porque te rompen la cara en Garibaldi. A final de cuentas las razones por las que yo me negaba a estar en el periodismo están muy vigentes: los periodistas son una lata, y no todos están dispuestos a aguantarlos; pero finalmente acabé de periodista, pero eso sí, cultural, porque esos no molestan a nadie, esos más bien parece que no existen, si el limbo todavía existiera, segurito que vivíamos ahí...

viernes, 27 de abril de 2007

LOS DECIRES DE SOFÍA// el nuevo

Ayer se festejó el Día de la Santa Cruz, día de fiesta para los albañiles. Obreros de la construcción, según el término políticamente correcto que utilizaría, por ejemplo, Emilio González, uno de nuestros políticos más correctos; o bien "ñiles", término que usaría la gente que quiere hacer empatía y sentirse lindo y buena onda, o incluso los miembros de las barras contrarias al referirse a los chivas de corazón.
Como en cualquier oficio para el que no hay escuela, el aprendiz de albañil se forja bajo la tutela de un "maistro" que le aventaja en experiencia y saber. Así, al rayo del sol, cargando bultos, acarreando agua, perdiendo el manicure y la tersura de la piel y dejando el cabello tan áspero que ni con champú "pelo lindo" se compone, el susodicho aprende lo suficiente como para empezar a ganar un poco de dinero y ser tomado en cuenta.
Si no persiste en el empeño, rodará de un empleo a otro, y cuando no tenga mejor opción, volverá a la obra, pero siempre será al que manden por los refrescos.
En cambio si persiste, ascenderá en el organigrama y en el tabulador salarial, y habiendo pasado por un lapso de aprendizaje constante, esfuerzo, sudor y dedicación, algún día llegará a ser, por fin, "el maistro"."El maistro", el que se las sabe de todas, todas; el que se pone al tú por tú con el arqui o con el inge; el que puede darse el lujo de hacer San Lunes; el que puede llegar tarde; el que escoge la estación de radio que todos han de escuchar, y por supuesto, el que negocia su sueldo y su hora de la siesta.
Una vez llegado a ese punto, "el maistro" elegirá si "se la lleva tranquila" haciendo parches aquí y allá; si se emplea temporalmente para alguna constructora que le otorgue Seguro Social; o si de plano mejor aprende a leer planos y se hace contratista.Ser albañil es un oficio de riesgo y desgaste físico. De repente el trabajo escasea, a veces no es tan bien remunerado como se quisiera, hay días en que sólo se comen gaseosas y pastelitos, justo el día de raya aparecen cantinas que sortear y, para colmo, los charlatanes que nunca faltan desprestigian el oficio; pero siendo un buen albañil, el futuro se tiene en las manos.
Para ser político tampoco hay escuela, en la universidad pueden estudiarse licenciaturas, maestrías y diplomados sobre administración pública, ciencias políticas, gestión, discurso, políticas públicas y demás; pero esa capacidad para colarse a un puesto de elección popular u obtener un hueso no se estudia en ningún lado.
El político incipiente también debe buscarse su "maistro": un político que le rebase en años, experiencia, conexiones y poder. Así, sin trabajo rudo, sin esfuerzo, sin sudor, y como un mero vínculo de beneficencia mutua, "el maistro" acomodará a su pupilo en donde más le convenga. Buen sueldo de por medio, el cinismo y la fidelidad ciega serán parte del aprendizaje.Si el susodicho no persevera, quedará rodando de una plaza a otra; nunca se quedará sin trabajo, pero siempre será al que manden por los refrescos.
En cambio si persevera, ascenderá en el organigrama y en el tabulador salarial, será tomado en serio, se beneficiará con jugosos puestos públicos, se convertirá en "el maistro" de nuevas generaciones y, algún día, a lo mejor llegará a ser el elegido.Una vez llegado a ese punto, no tiene más que despachar. Lo primero es correr a quien le estorbe, aunque haya que pagar liquidaciones o se desperdicie talento; luego, fundar de nuevo la dependencia a su cargo, no importa que no tenga ni la menor idea, para eso contratará asesores a quienes les dirá qué hacer.
Para marcar diferencias con sus antecesores, habrá que olvidar el trabajo ya hecho, desperdiciar lo ya logrado, contratar a sus ávidos aprendices para crear nuevos vínculos de conveniencia, pedir todo nuevo, gastar dinero y no preocuparse si todo sale mal.
Ser político no es un oficio de riesgo ni de desgaste físico. Siempre habrá fondos suficientes para pagar la cuenta en un restaurante que esté a la altura; siempre habrá un vehículo nuevo con tanque lleno y chofer; siempre habrá manera de justificar tus ausencias laborales y tus malas decisiones; siempre habrá dinero para contratar a todos los asesores, que bien podrían estar despachando en tu lugar y prescindir de ti; siempre habrá formas de hacer lo que quieras, pero arguyendo "legalidad"; siempre habrá presupuesto para rectificar grandes errores pasados o futuros; siempre habrá un bono para cuando digas adiós y, lo mejor de todo, siempre habrá un nuevo puesto para ti.
Una vez llegado a este otro punto, no tienes más que volver a despachar. Tal vez antes fuiste regidor y ahora eres Presidente Municipal; quizá fuiste diputado y ahora tienes una dirección; ¿qué importa si antes fungías en la Secretaría del Medio Ambiente y ahora vas a Comunicaciones y Transportes? Si antes no sabías nada de ecología e impacto ambiental, ahora, al menos tienes la experiencia de haber visto tele y hablado por celular; además habrá que darte tiempo, pues como ya sabemos, eres el eterno aprendiz financiado con dinero ajeno.
¡Eso es lo bonito de esta profesión!, aunque, como en todo, siempre habrá charlatanes que la desprestigien; pero eso sí, siendo un buen político, tu futuro está en tus manos.

UN CHELO EN LOS ESCOMBROS

¿Como suena el cemento cayendo?, ¿qué se escucha cuándo un muro de silencio va derrumbándose? Suena a gritos de alegría, a cánticos patriotas, pero también a un chelo tocando música de Bach. La noche del jueves 9 de noviembre de 1989, el muro de Berlín caía entre las manos de los habitantes de ambos lados de Alemania, que celebraban el acontecimiento más feliz de los alemanes en el siglo 20. Entre las risas y los festejos, un ruso, ferviente opositor del régimen soviético, hizo resonar con su chelo algunas suites de Bach, sentado justo en el Check Point Charly, la garita más famosa para cruzar entre los dos berlines. Era Mstislav Leopoldovich Rostropovich, quien falleció el 27 de abril a los 80 años, unos días después de Boris Yeltzin, su amigo y colega de visiones anticomunistas. Para muchos Rostropovich fue el mejor chelista, equiparable con Pablo Casals, incluso mejor; no lo conozco tanto, pero su vida difícil, el exilio, la defensa por la libertad cultural y su enfrentamiento a un régimen seguramente hicieron su obra más grande. Refuerza mi teoría de que los mejores artistas se dan en las peores situaciones. ¿Será que en México estamos por ver de nuevo una gran generación de artistas o seguimos viviendo en la tibieza?

jueves, 26 de abril de 2007

AND SO IT'S BEGINS

No estoy segura de tener mucho tiempo, ni siquiera la voluntad para hacerlo, pero nunca se puede desaprovechar la oportunidad de intentarlo. Esta es quizá la oportunidad de sentirnos cerca, de encontrar la línea recta en nuestra distancia, de dar un paso hacia adelante y abrazarnos u odiarnos en algún punto del cyberespacio. También, claro, en el fondo es el gran pretexto, es la oportunidad de escribir, de dar rienda suelta a la ocurrencia y desatar algo, no sé muy bien qué, pero desatarlo y dejarlo irse a donde quiera...