miércoles, 27 de junio de 2007

DE LA TRISTEZA

Lo malo de tomar una decisión es que al mismo tiempo se están cerrando otras puertas. Por cada puerta que uno abre se cierran demasiadas. Es inevitable. Lo malo es volver la vista atrás y verlas ahí, aguardando una segunda oportunidad, o poniéndose los candados porque es imposible volver por ese camino. Y volver la vista atrás, ya lo comprobó la mujer de Lot, está vedado, pero es inevitable, y entonces uno en lugar de convertirse en estatua de sal uno puede llenarse de una profunda tristeza por ver tantas puertas cerradas, tantos caminos que fueron y ya no serán. Lo importante, dirán los claros de mente, los elocuentes felizólogos y afortundados hombres de misión, es saber lo que uno quiere, para no perder el objetivo; pero porqué ha de querer uno una sola cosa, porqué es preciso decidir en un momento dado que tal o cual cosa nos hará feliz. Hace unos años creía que el periodismo era lo mío, que definitivamente había encontrado un camino; ahora creo que tal vez lo mío era ser astronauta, como igualmente podía serlo convertirme en chef o pasar por el mundo sumida en una rutina tranquilizadora de trabajo de oficina y una vida sin sobresaltos. Ante tantas opciones no hay decisión equivocada, así que uno podría pasarse la vida decidiendo al azar, dejándole las decisiones al meteorológico, a la gravedad que atrae la cara de una moneda o a si el carro que pasa es azul o rojo. Si es azul me caso, si es rojo me meto de monja. Pero al final de cuentas también es cansado lo de dar tumbos, crecimos creyendo que hay un lugar a donde llegar y damos lo que sea por encontrarlo, sacrificamos nuestra propia tranquilidad por llegar a un sitio que en realidad nadie nos ha dicho cómo es, pero no podemos dejar de ir hacia allá. Lo malo es cuando allá se vuelve acá, o acá, o quizá de este otro lado... por qué tendría que ser allá?, quién dice que no es mejor el poniente? Cuántas veces podremos volver a empezar?